El grado de atención que una persona está dispuesta a prestar a otra es un importante elemento de la naturaleza de su relación y puede llegar a convertirse fácilmente en fuente de problemas. […] la solución exige un desplazamiento a una premisa que aparentemente va en contra de todo sentido común. He aquí un ejemplo:
Una joven y entusiasta maestra tiene dificultades con un así llamado estudiante-problema. Mientras que el resto de la clase parece beneficiarse de sus enseñanzas, dicho niño (de ocho años de edad) no progresa nada. La maestra avisa a los padres para que vengan a hablar con ella y averigua que el niño procede de un matrimonio separado, que la madre trabaja y tiene poco tiempo para atender a su hijo, el cual lleva en su casa una vida más bien solitaria. Teniendo en cuenta estos hechos, la maestra decide hacer cuanto puede para compensar tal déficit en la vida del niño, prestándole un máximo de atención. Pero cuanto más lo intenta, menos resultados logra, y ello hace que lo intente más enérgicamente aún. La situación llega a transformarse en un callejón sin salida , en el que no solo descienden hasta un mínimo los resultados escolares del niño, sino que la maestra comienza a dudar de su propio valor profesional. Sospecha que su nerviosismo tiene algo que ver con el problema y con un típico sentido común intenta “sobreponerse”.
A partir de su descripción se desprende bastante claramente que su modo de resolver el problema, es decir, su prestación de una cantidad extraordinaria de atención y ayuda a este niño, ha convertido la dificultad inicial en un problema, y realmente lo perpetúa. La maestra, desde luego, no se da cuenta, en principio, de esto; con arreglo a su sentido común y a lo que le han enseñado sus cursos de psicología, piensa que el problema reside en las condiciones existentes en el hogar del niño, en su desdichada situación personal, etc., y lo que ella intenta es, desde su punto de vista, el modo correcto de abordar el problema.
Es precisa una buena dosis de reestructuración para lograr que cese de intentar “más de lo mismo” , es decir: que cese de aislar o discriminar al niño con su atención, y para que le trate más o menos del mismo modo que al resto de la clase. Casi inmediatamente, el niño comienza a intentar llamar la atención de la maestra, primeramente por medio de algunas pequeñas molestias (que se le ha recomendado ignorar) y muy pronto mediante un mejoramiento de sus resultados escolares ( que se le ha recomendado premiar mediante un reconocimiento y alabanza inmediatos).
Aun a riesgo de incurrir en repeticiones, deseamos señalar aquí nuevamente que en este caso nos preguntamos qué era lo que estaba sucediendo aquí y ahora y no por qué se estaba comportando el niño del modo mencionado, etc.”
(Cambio. Formación y solución de los problemas humanos, P. Watzlawick, John H. Weakland y Richard Fisch)
Una joven y entusiasta maestra tiene dificultades con un así llamado estudiante-problema. Mientras que el resto de la clase parece beneficiarse de sus enseñanzas, dicho niño (de ocho años de edad) no progresa nada. La maestra avisa a los padres para que vengan a hablar con ella y averigua que el niño procede de un matrimonio separado, que la madre trabaja y tiene poco tiempo para atender a su hijo, el cual lleva en su casa una vida más bien solitaria. Teniendo en cuenta estos hechos, la maestra decide hacer cuanto puede para compensar tal déficit en la vida del niño, prestándole un máximo de atención. Pero cuanto más lo intenta, menos resultados logra, y ello hace que lo intente más enérgicamente aún. La situación llega a transformarse en un callejón sin salida , en el que no solo descienden hasta un mínimo los resultados escolares del niño, sino que la maestra comienza a dudar de su propio valor profesional. Sospecha que su nerviosismo tiene algo que ver con el problema y con un típico sentido común intenta “sobreponerse”.
A partir de su descripción se desprende bastante claramente que su modo de resolver el problema, es decir, su prestación de una cantidad extraordinaria de atención y ayuda a este niño, ha convertido la dificultad inicial en un problema, y realmente lo perpetúa. La maestra, desde luego, no se da cuenta, en principio, de esto; con arreglo a su sentido común y a lo que le han enseñado sus cursos de psicología, piensa que el problema reside en las condiciones existentes en el hogar del niño, en su desdichada situación personal, etc., y lo que ella intenta es, desde su punto de vista, el modo correcto de abordar el problema.
Es precisa una buena dosis de reestructuración para lograr que cese de intentar “más de lo mismo” , es decir: que cese de aislar o discriminar al niño con su atención, y para que le trate más o menos del mismo modo que al resto de la clase. Casi inmediatamente, el niño comienza a intentar llamar la atención de la maestra, primeramente por medio de algunas pequeñas molestias (que se le ha recomendado ignorar) y muy pronto mediante un mejoramiento de sus resultados escolares ( que se le ha recomendado premiar mediante un reconocimiento y alabanza inmediatos).
Aun a riesgo de incurrir en repeticiones, deseamos señalar aquí nuevamente que en este caso nos preguntamos qué era lo que estaba sucediendo aquí y ahora y no por qué se estaba comportando el niño del modo mencionado, etc.”
(Cambio. Formación y solución de los problemas humanos, P. Watzlawick, John H. Weakland y Richard Fisch)