Es frecuente usar metáforas de guerra para hablar de situaciones como la que el planeta entero está viviendo en este momento. El enemigo declarado, el COVID-19, es invisible, microscópico y no sabemos dónde está. Puede estar en cualquier parte, así que mientras no tengamos un método efectivo para defendernos de él lo más seguro es permanecer confinados en casa y ganar tiempo. Lo normal en esta situación es que respondamos con angustia, una respuesta emocional frente a situaciones que no podemos controlar y ante las que sentimos impotencia y vulnerabilidad. La angustia es una respuesta normal en estas circunstancias. Es una herida que debemos tratar adecuadamente para que no se convierta en un dolor mayor después de que todo pase. En ese momento, si la hemos tratado de la forma adecuada, podremos salir indemnes psicológicamente de la crisis. Los trastornos derivados de ella no se producen en el momento en que enfretamos al virus, sino después.
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Nadie tiene más poder sobre nuestra vida que nosotros mismos. Cualquiera de nosotros es capaz de construir la realidad que luego sufre. Darse cuenta de este hecho es el primer paso para evitar un sufrimiento que nosotros mismos hemos creado. Es preciso ser capaces de mirarnos desde fuera, pero ¿cómo puede lograrse eso? Las experiencias emocionales correctivas son la vía regia para cambiar nuestra percepción de la realidad y poder así adecuar nuestras creencias, nuestras expectativas sobre la realidad y con ello nuestra relación con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Esto transformará nuestra realidad y en ese momento podremos vernos desde fuera, mientras tanto será imposible pues sería como intentar desarrollar el concepto de azul en un universo donde todo es azul. Nuestros presupuestos sobre la realidad son tan fuertes e impregnan tanto nuestra vida que no nos permiten imaginar otras formas aceptables de verla. Solo a través de cambios adecuados en nuestra conducta podemos cambiar nuestros conceptos sobre la realidad y conseguir grandes efectos que nos ayuden a lograr una vida más satisfactoria, desaprendiendo así las formas aprendidas de amargarnos la vida. Descubriremos cosas que hasta ese momento no podíamos, ver, oír, pensar, sentir o decir. "Mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro" (Alfred Adler) En sus primeros años como psiquiatra, Erickson prestó sus servicios en una institución en la que pasaba su vida un paciente de unos 25 años. Había sido detenido, unos cinco años antes, por la policía, debido a su reiterado comportamiento, y lo llevaron a la mencionada institución, pero nunca se le pudo identificar porque no llevaba encima ningún documento; al parecer nadie había denunciado su desaparición, y fuera de las frases «Me llamo George», «Buenos días» y «Buenas noches», no decía ninguna otra cosa que tuviera sentido. A todo intento de llevar una conversación con él, reaccionaba con largas y rápidas verbalizaciones en una lengua artificial. Fueron innumerables los psiquiatras, psicólogos, enfermeras y asistentes sociales -y hasta los pacientes de la misma institución-, que habían intentado en vano, en el curso de los años, descubrir un sentido en aquella ensalada de palabras, o conseguir inducir a George a expresarse con claridad. Al final, se le había dejado solo, y él se limitaba a ir de un lado para otro, murmurando para sí casi incansablemente. Durante unos pocos días, Erickson se limitó a sentarse durante una hora en silencio, al lado del paciente, que le ignoró. Uno de los días siguientes, se presentó, por así decirlo, a cielo abierto, pronunciando de pronto y en voz alta su nombre. George no reaccionó hasta el día siguiente, cuando Erickson volvió a presenciar su nombre pero esta vez dirigiéndose directamente a él. Entonces George replicó con una larga ensalada de palabras, en tono enojoso, sin mirar a Erickson. A este arranque respondió Erickson (que se había preparado a fondo para el momento) con otra parrafada, no menos corta, pero de acento amistoso, que sonaba igual que la lengua artificial del paciente aunque contenía otras pseudopalabras. George pareció muy sorprendido, y cuando Erickson terminó, respondió de la misma forma aunque esta vez la verbalización sonaba interrogativa. Erickson “contestó de nuevo con inflexiones amistosas y explicativas. Al día siguiente, se inició la conversación con la pronunciación de sus respectivos nombres, seguida de una ensalada de palabras de George de cuatro horas de duración ininterrumpidas. Erickson respondió con otra ensalada de otras cuatro horas (aunque esto le costó quedarse sin comer). A ello siguió una nueva verbalización del paciente, esta vez de dos horas, a la que Erickson -ya algo agotado- respondió con otra de la misma duración. Al día siguiente se inició de nuevo la terapia con la misma presentación pero, tras un corto intercambio en la habitual jerigonza, George dijo de pronto: "Hable usted razonablemente, doctor", a lo que éste respondió. "¿Por qué no? Con mucho gusto." ¿Cómo se apellida usted? Al cabo de un año, George había hecho ya tales progresos que pudo abandonar el establecimiento v encontrar un trabajo. A plazos irregulares iba al establecimiento para visitar a Erickson y, básicamente, para hablarle de su vida. Invariablemente, estas visitas empezaban y terminaban con una ración de ensalada de palabras; y algunas veces añadía con tono seco: “No hace nada mal un poco de insensatez en la vida, verdad doctor?” Cuando dos personas hablan el mismo idioma, sienten que, más allá de las diferencias personales, comparten muchas cosas a la hora de ver el mundo. Por el contrario, dos personas que hablan lenguas diferentes sienten que la dificultad para comprenderse va más allá del significado de las palabras y que llega hasta los gestos y el lenguaje corporal. La manera en que nos expresamos, nos comunicamos, refleja nuestra visión del mundo. Es fácil observar cómo cuando dos personas tienen una fuerte conexión entre sí comparten muchas cosas a la hora de comunicarse. La neurología ha desvelado cómo, a través de las neuronas espejo se produce el fenómeno de la empatía. Al actuar como actúa el otro, al hablar como habla nuestro interlocutor, nos ponemos en la piel del otro lo que nos permite entender desde dentro de su estructura conceptual la manera en que crea su mundo de significados, igual que un actor que se mete en el papel de tal modo que siente y piensa como el personaje al que representa. Eso es lo que hacía Erickson para entender a las personas desde su propio marco conceptual, y desde allí operar el cambio como hizo en el caso de George. Hablar el idioma del otro, como en las artes marciales, es aceptar y adaptarse a la energía del otro, evitando de ese modo la resistencia, el contraataque que todo organismo presenta frente al cambio. Elegir un buen terapeuta es una importante decisión. Nuestro bienestar futuro depende en gran medida de la decisión que tomemos a este respecto. Un buen terapeuta nos ayudará a modificar aquello que nos produce malestar y que nos lleva a pedir ayuda profesional; un mal terapeuta no lo hará. ¿Cómo podemos orientarnos para tomar una decisión correcta? En primer lugar, debemos evitar algunos errores. El siguiente decálogo nos evitará perder tiempo y recursos económicos en el mejor de los casos y un empeoramiento o cronificación de nuestro malestar en el peor.
Extraído y adaptado de:La conducta y la biología están estrechamente vinculadas. Un camino de doble dirección las hace interdependientes: puedo modificar la conducta modificando la fisiología y al revés. La mayor parte del tiempo la conducta que hemos aprendido nos funciona, gracias a ella podemos llevar vidas que, sin estar exentas de dificultades, no nos plantean grandes problemas. A veces ocurre, sin embargo, que esas conductas que hemos aprendido tras repetirlas en diferentes ocasiones dejan de funcionarnos, es más, pueden llegar a convertirse en un verdadero problema. Dentro de este aparente determinismo existe el germen del cambio, operado por el propio individuo, a través de un cambio de percepción de la realidad. El mejor estímulo para dicha toma de conciencia es la propia experiencia. Al no repetir lo que no funciona, en este caso las conductas disfuncionales, nuestra neurofisiologia irá detrás iniciando una nueva forma de interrelacion entre conducta y fisiología. También aprendemos, es decir, cambiamos, al ser capaces de observarnos. Este proceso es más difícil y menos frecuente. En Terapia Breve Estratégica operamos el cambio a través de lo que P. Watzlawick llamaba "suceso casual planificado". Con esta expresión se refería a todos aquellos sucesos planificados meticulosamente por el terapeuta que permiten al paciente una nueva percepción de la realidad y con ello un cambio en su vida. Iniciando así un nuevo ciclo de repeticiones funcionales, una nueva interrelación entre fisiología y conducta. Tener miedo es útil. Tenemos miedo porque percibimos un peligro. Tenemos miedo porque nuestro sistema nervioso, de forma natural, se activa preparándonos para la lucha o para la huida. Cuando el peligro es real, el miedo es funcional. El miedo superado nos hace valientes al dar valor a nuestras acciones, como recuerda R. Tagore: “La lección más importante que puede aprender un hombre no es que en el mundo existe el miedo, sino que depende de nosotros sacarle provecho y que se nos ha concedido transformarlo en valor”. El problema viene cuando percibimos algo como un peligro que no lo es realmente, o cuando infravaloramos nuestros recursos para hacerle frente y esto nos bloquea o nos hace evitar situaciones que, de no percibirlas de ese modo, podríamos superar sin dificultad. Huir es la mejor respuesta cuando no tenemos recursos para enfrentarnos al peligro, pero esta solución, útil en algunas circunstancias, se convierte en un problema cuando es solo nuestra percepción y no la realidad la que nos hace tomar esta decisión. Como en otras muchas situaciones, una solución que es útil en algunos momentos y situaciones puede convertirse en un factor que genere el problema, lo mantenga y pueda llegar incuso a empeorarlo. Cuando huimos o evitamos un peligro que no lo es, el miedo que sentimos se hace cada vez mayor y puede llevarnos a huir de cualquier dificultad, cada vez más pequeña, limitando así nuestra vida en muchos aspectos. “Mira al miedo de frente y dejará de perturbarte” dijo Sri Yukteswar. Si la percepción de la situación es proporcional al peligro que esta representa, nuestro sistema nervioso generará una respuesta funcional que nos protegerá y el miedo que sentimos será útil porque nos guiará en la dirección adecuada: la lucha si evaluamos que tenemos recursos para hacerle frente, o la huida si consideramos que el peligro nos supera. Si nuestra percepción del peligro es desmesurada y no se corresponde con la peligrosidad de la situación, nos llevará hacia la huida, hacia la evitación que, de este modo empieza a conformarse como un problema y no como una respuesta adaptativa que nos ayuda a superarnos y a sobrevivir.
El miedo que tenemos que vencer es el que nos paraliza y bloquea, impidiéndonos utilizar nuestros recursos y que no nos deja desarrollar todo nuestro potencial. El miedo que nos hace creer que no podemos, que nos empequeñece ante la adversidad es el que tenemos que combatir para evitar que nos deje esas heridas profundas que no se ven pero que pueden dañar muy seriamente nuestra calidad de vida
Como dijo F. Pessoa: "Llevo conmigo las heridas de las batallas que he evitado" Un hombre de unos treinta años, derivado por una colega por falta de progreso debido a sus “expresiones delirantes”, llega a la consulta de G. Nardone. Dice tener un problema con un compañero del trabajo que, según explica a G. Nardone, “tiene un poder magnético que aspira su energía vital y le deja vacío y roto.”
Nardone, como de costumbre, pone el acento en las soluciones intentadas por el paciente y le pregunta cómo había intentado impedir, hasta ese momento, que eso pasara. Responde que ha intentado “resistir”, que ha atacado verbalmente a su colega pero que este siempre permanecía de piedra y que había terminado siempre por ganar y absorber su energía. Como es fácil imaginar, el colega seguramente se sentía intimidado y prefería guardar silencio para evitar una escalada. Después de escuchar atentamente, Nardone sugirió una representación metafórica de la situación: -Si le he entendido bien, es como si este colega tuviera un imán que atrajera su energía hacia él, y lo hiciera siempre que está a su lado. -Exactamente doctor, es un imán que aspira… -Si es un imán, cómo se puede impedir que un imán atraiga la energía. - ¡Un vaso, se necesita un vaso! Exclamó. Los imanes no pueden atraer al cristal. - Sí, respondí. Pero hay otras sustancias que funcionan igual de bien contra los imanes. Por ejemplo, el celofán. Fabríquese un traje de celofán y póngaselo debajo de la ropa. Refiere Giorgio Nardone: “El paciente me miró con una extraña sonrisa de satisfacción cuando nos despedimos”. A la semana siguiente vuelve y le dice a G. Nardone que se siente tan fuerte como un león. El plan había funcionado. Su energía ya no era aspirada. Había pasado calor con el traje, no era cómodo, pero lo importante era que el efecto-imán había sido contrarrestado. Otro efecto, sigue contando el paciente, es que una vez que su percepción hubo cambiado, el hombre-imán parecía haber cambiado a tal punto que ahora le daba un poco de pena. Nardone reenvió el caso a su colega, quien, tiempo después, le refirió que el paciente no había vuelto a expresar "ideas extrañas". (Caso extraído de Psychosolutions. Comment résoudre rapidement les problèmes humaines complexes) Marcel Proust escribió: “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras sino en tener una nueva mirada”
Esta cita de Marcel Proust ilustra bien la esencia de lo que hoy vamos a considerar aquí: la reestructuración. El concepto de reestructuración adquiere diferentes matices según hable un arquitecto, un físico, un terapeuta o bien se considere desde la perspectiva de un grupo humano, como la familia, o se hable de un objeto material. En psicoterapia podemos decir que reestructurar significa cambiar el propio marco conceptual o emocional en el que se experimenta una situación y situarla dentro de una estructura que aborde lo mismos hechos de un modo mejor, cambiando por completo el sentido de los mismos. Desde el punto de vista de la etimología, el verbo reestructurar apunta a la idea de modificar la estructura, bien sea de algo material, como un edificio, o bien de algo abstracto como podría ser un proyecto. Conlleva pues la idea de cambio estructural. Podemos cambiar un objeto, un proyecto también, pero cabe hacerse la pregunta ¿es posible cambiar la realidad? El siglo XX supuso una auténtica revolución para el concepto de realidad. Desde la cibernética y las premisas de Heinz von Foerster, que sentó las bases del constructivismo radical; desde Vaihinger con su filosofía del como si y desde los estudios de Korzybski, padre de la semántica general, los sólidos muros de una realidad objetiva, inmutable, igual para todos, se derrumbaron para dar lugar a la idea de que, como sostienen los constructivistas, el hombre construye su propia realidad. Como diría Korzybski, “el mapa no es el territorio”, distinguiendo de este modo una realidad de primer orden y la realidad que nosotros percibimos a través de las limitaciones de nuestro sistema neurológico y las limitaciones de la estructura de nuestro propio lenguaje. Esto, que en principio pudiera parecer limitador, dota al hombre, sin embargo, de una gran libertad: si la realidad que percibimos es una creación de nuestra propia limitación podemos cambiarla puesto que somos nosotros mismos los creadores de dicha realidad. La Gestalt, la terapia racional-emotiva-conductual, la PNL aplicaron y aplican parte de estos principios en su práctica terapéutica. Los maestros de la Escuela de Palo Alto pusieron de relieve el efecto aparentemente mágico que el lenguaje podía ejercer para cambiar realidades disfuncionales dando origen a lo que P. Watzlawick llamaba “hecho fortuito planificado”. Así pues, como bien dijo Epicteto “no son las cosas mismas las que nos inquietan sino la opinión que tenemos sobre ellas”. Si cambiamos nuestra opinión sobre las cosas podemos cambiar nuestras emociones y desde este presupuesto trabajan corrientes psicoterapéuticas como la terapia racional-emotiva-conductual de Albert Ellis o la Gestalt, por poner dos ejemplos bien conocidos. Así, por ejemplo, la primera, mediante el razonamiento lógico, intenta ayudar al individuo a cambiar su percepción de la realidad. La Escuela de Palo Alto descubrió que el cambio está sujeto a una serie de factores que van más allá de la lógica ordinaria y que todos los cambios que se hacen en este nivel incurren en la paradoja de que cuanto más cambiamos algo, más permanece el mismo. Descubrió que existen formas de pensamiento como la paradoja que van más allá de la lógica ordinaria y que no solo pueden ser origen de conductas disfuncionales sino que pueden ser la llave mágica que abra la puerta para un comportamiento adecuado y funcional. La Escuela de Palo Alto y otras escuelas como la Terapia Breve y la Terapia Sistémica han ido evolucionando hasta llegar a la Terapia Breve Estratégica evolucionada en la que la reestructuración, es decir, el cambio de una situación, percepción o conducta disfuncional a otra adaptativa, se hace a través de las experiencia perceptiva correctiva que se consigue, a su vez, a través de una danza cuidadosamente planificada entre el lenguaje de la razón y el lenguaje evocativo y analógico de la sensación. Los antiguos sofistas conocían bien el uso de la metáfora, de los ejemplos, de las historias, de los aforismos, entre otros recursos, para persuadir, para llevar a las personas a ver la realidad con ojos distintos. El cambio que se opera a través de esta danza sutil entre argumentación y persuasión lleva a la persona a cambiar su percepción de la realidad a un nivel tan profundo como el neurológico, en un proceso autopoiético. El uso adecuado del lenguaje transforma así a la persona, de forma profunda,llevándole a usar sus propios recursos y a construir una nueva realidad, una que es suya. La forma en que vemos las cosas determina nuestra realidad. De este modo el terapeuta a través de una aparente magia lleva al individuo hacia una percepción de la realidad más adecuada. Giorgio Nardone, dentro del diálogo estratégico, ha dado y permitido una aplicación sistemática de diferentes herramientas, en el contexto de la entrevista terapéutica, como son las paráfrasis, los resúmenes, las preguntas, las redefiniciones, cuidadosamente estudiadas y con intención estratégica, que permiten, como si de magia se tratara, cambiar el marco perceptivo de la persona respecto a su problema. Valga como ejemplo, el caso del paciente con ataque de pánico que, a través de preguntas perfectamente diseñadas para producir el efecto deseado, es decir, la reestructruación del sistema perceptivo reactivo del paciente, descubre que cada vez que huye del objeto temido constata que esta huida le confirma en su incapacidad de hacer frente a su problema y que poco a poco le va hundiendo cada vez más en él en lugar de alejarlo de sus redes. Del mismo modo, el paciente obsesivo descubre que el control con el que pretende defenderse del mundo, finalmente le hace perder el control, o la paciente que vomita después de comer comprende que ha quedado atrapada en una búsqueda del placer que la lleva a vomitar sin poder evitarlo. Estas reestructuraciones llevadas a cabo a través del diálogo estratégico y de las prescripciones llevan a la persona a una reestructuración de su realidad, a un cambio profundo a través de una nueva experiencia cognitiva, emocional y experiencial. Para resumir, la reestructuración de la forma en que el individuo contempla la realidad es el objetivo de la terapia breve estratégica evolucionada. A través de un uso cuidadosamente planificado y eficiente del diálogo con el paciente, este experimenta una nueva forma de percibir la realidad y, en consecuencia, una nueva forma de vivir, más adaptativa y satisfactoria. Es la danza de las palabras que acompañan a la persona a una nueva realidad construida por ella misma a partir de una nueva forma de percibir y experimentar esta. “No hay nada que pase por el intelecto que no pase antes por los sentidos” como decía Sto. Tomás de Aquino, una afirmación que adelanta en varios siglos las conclusiones que son posibles gracias a las técnicas científicas más avanzadas, y que, como han demostrado los estudios de estudios de A. Damasio sobre el "factor somático", el sentimiento y el pensamiento están estrechamente relacionados entre sí y con el cuerpo, lo que puede llevarnos todavía más atrás en el tiempo y dar validez científica a lo que ya afirmaba Antifontehace cientos de años: "No existe nada que no pueda ser curado con las palabras" Bandler y Grinder mencionan el caso de una paciente (participante en una sesión de grupo), cuyo síntoma consistía en que no podía decir "no". Como es fácil de imaginar, esta incapacidad le causaba problemas vitales estereotípicos que iban desde dejarse explotar en lo material, hasta el ámbito de lo sexual. En su concepción del mundo, el decir "no" estaba asociado a múltiples consecuencias catastróficas. Al parecer, cuando era niña se negó una vez a quedarse en casa con su padre; cuando regresó lo encontró muerto. Y, desde entonces, temía las consecuencias mágicas de toda negativa y las evitaba.
En la sesión de grupo, el terapeuta le prescribió un síntoma al pedirle que negara algo a cada uno de los presentes. Ella rechazó la sugerencia, casi invadida por el pánico: "No, me resulta completamente imposible decir "no" a otra persona". El terapeuta insistió en su petición y la paciente siguió rechazándola en términos cada vez más vehementes y obstinados. Solo al cabo de unos minutos de esta interacción advirtió que - sin que se produjera ningún tipo de consecuencias catastróficas - acababa de negar algo, a saber, se había negado a decir no y que , conseguido este objetivo, no había ocurrido nada. (El lenguaje del cambio. Técnica de comunicación terapéutica. Paul Watzlawick) El grado de atención que una persona está dispuesta a prestar a otra es un importante elemento de la naturaleza de su relación y puede llegar a convertirse fácilmente en fuente de problemas. […] la solución exige un desplazamiento a una premisa que aparentemente va en contra de todo sentido común. He aquí un ejemplo: Una joven y entusiasta maestra tiene dificultades con un así llamado estudiante-problema. Mientras que el resto de la clase parece beneficiarse de sus enseñanzas, dicho niño (de ocho años de edad) no progresa nada. La maestra avisa a los padres para que vengan a hablar con ella y averigua que el niño procede de un matrimonio separado, que la madre trabaja y tiene poco tiempo para atender a su hijo, el cual lleva en su casa una vida más bien solitaria. Teniendo en cuenta estos hechos, la maestra decide hacer cuanto puede para compensar tal déficit en la vida del niño, prestándole un máximo de atención. Pero cuanto más lo intenta, menos resultados logra, y ello hace que lo intente más enérgicamente aún. La situación llega a transformarse en un callejón sin salida , en el que no solo descienden hasta un mínimo los resultados escolares del niño, sino que la maestra comienza a dudar de su propio valor profesional. Sospecha que su nerviosismo tiene algo que ver con el problema y con un típico sentido común intenta “sobreponerse”. A partir de su descripción se desprende bastante claramente que su modo de resolver el problema, es decir, su prestación de una cantidad extraordinaria de atención y ayuda a este niño, ha convertido la dificultad inicial en un problema, y realmente lo perpetúa. La maestra, desde luego, no se da cuenta, en principio, de esto; con arreglo a su sentido común y a lo que le han enseñado sus cursos de psicología, piensa que el problema reside en las condiciones existentes en el hogar del niño, en su desdichada situación personal, etc., y lo que ella intenta es, desde su punto de vista, el modo correcto de abordar el problema. Es precisa una buena dosis de reestructuración para lograr que cese de intentar “más de lo mismo” , es decir: que cese de aislar o discriminar al niño con su atención, y para que le trate más o menos del mismo modo que al resto de la clase. Casi inmediatamente, el niño comienza a intentar llamar la atención de la maestra, primeramente por medio de algunas pequeñas molestias (que se le ha recomendado ignorar) y muy pronto mediante un mejoramiento de sus resultados escolares ( que se le ha recomendado premiar mediante un reconocimiento y alabanza inmediatos). Aun a riesgo de incurrir en repeticiones, deseamos señalar aquí nuevamente que en este caso nos preguntamos qué era lo que estaba sucediendo aquí y ahora y no por qué se estaba comportando el niño del modo mencionado, etc.” (Cambio. Formación y solución de los problemas humanos, P. Watzlawick, John H. Weakland y Richard Fisch) |
AutorLuisa F. Aguirre de Cárcer. Especialista en Terapia Breve Estratégica. Madrid-Centro. Archivos
Abril 2020
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