"Mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro" (Alfred Adler)
En sus primeros años como psiquiatra, Erickson prestó sus servicios en una institución en la que pasaba su vida un paciente de unos 25 años. Había sido detenido, unos cinco años antes, por la policía, debido a su reiterado comportamiento, y lo llevaron a la mencionada institución, pero nunca se le pudo identificar porque no llevaba encima ningún documento; al parecer nadie había denunciado su desaparición, y fuera de las frases «Me llamo George», «Buenos días» y «Buenas noches», no decía ninguna otra cosa que tuviera sentido. A todo intento de llevar una conversación con él, reaccionaba con largas y rápidas verbalizaciones en una lengua artificial. Fueron innumerables los psiquiatras, psicólogos, enfermeras y asistentes sociales -y hasta los pacientes de la misma institución-, que habían intentado en vano, en el curso de los años, descubrir un sentido en aquella ensalada de palabras, o conseguir inducir a George a expresarse con claridad. Al final, se le había dejado solo, y él se limitaba a ir de un lado para otro, murmurando para sí casi incansablemente.
Durante unos pocos días, Erickson se limitó a sentarse durante una hora en silencio, al lado del paciente, que le ignoró. Uno de los días siguientes, se presentó, por así decirlo, a cielo abierto, pronunciando de pronto y en voz alta su nombre. George no reaccionó hasta el día siguiente, cuando Erickson volvió a presenciar su nombre pero esta vez dirigiéndose directamente a él. Entonces George replicó con una larga ensalada de palabras, en tono enojoso, sin mirar a Erickson. A este arranque respondió Erickson (que se había preparado a fondo para el momento) con otra parrafada, no menos corta, pero de acento amistoso, que sonaba igual que la lengua artificial del paciente aunque contenía otras pseudopalabras. George pareció muy sorprendido, y cuando Erickson terminó, respondió de la misma forma aunque esta vez la verbalización sonaba interrogativa. Erickson “contestó de nuevo con inflexiones amistosas y explicativas. Al día siguiente, se inició la conversación con la pronunciación de sus respectivos nombres, seguida de una ensalada de palabras de George de cuatro horas de duración ininterrumpidas. Erickson respondió con otra ensalada de otras cuatro horas (aunque esto le costó quedarse sin comer). A ello siguió una nueva verbalización del paciente, esta vez de dos horas, a la que Erickson -ya algo agotado- respondió con otra de la misma duración. Al día siguiente se inició de nuevo la terapia con la misma presentación pero, tras un corto intercambio en la habitual jerigonza, George dijo de pronto: "Hable usted razonablemente, doctor", a lo que éste respondió. "¿Por qué no? Con mucho gusto." ¿Cómo se apellida usted? Al cabo de un año, George había hecho ya tales progresos que pudo abandonar el establecimiento v encontrar un trabajo. A plazos irregulares iba al establecimiento para visitar a Erickson y, básicamente, para hablarle de su vida. Invariablemente, estas visitas empezaban y terminaban con una ración de ensalada de palabras; y algunas veces añadía con tono seco: “No hace nada mal un poco de insensatez en la vida, verdad doctor?”
Cuando dos personas hablan el mismo idioma, sienten que, más allá de las diferencias personales, comparten muchas cosas a la hora de ver el mundo. Por el contrario, dos personas que hablan lenguas diferentes sienten que la dificultad para comprenderse va más allá del significado de las palabras y que llega hasta los gestos y el lenguaje corporal. La manera en que nos expresamos, nos comunicamos, refleja nuestra visión del mundo. Es fácil observar cómo cuando dos personas tienen una fuerte conexión entre sí comparten muchas cosas a la hora de comunicarse. La neurología ha desvelado cómo, a través de las neuronas espejo se produce el fenómeno de la empatía. Al actuar como actúa el otro, al hablar como habla nuestro interlocutor, nos ponemos en la piel del otro lo que nos permite entender desde dentro de su estructura conceptual la manera en que crea su mundo de significados, igual que un actor que se mete en el papel de tal modo que siente y piensa como el personaje al que representa. Eso es lo que hacía Erickson para entender a las personas desde su propio marco conceptual, y desde allí operar el cambio como hizo en el caso de George.
Hablar el idioma del otro, como en las artes marciales, es aceptar y adaptarse a la energía del otro, evitando de ese modo la resistencia, el contraataque que todo organismo presenta frente al cambio.